Entre el pepito a lo Jamie Oliver y la hamburguesa de hoy puede parecer que esto de aprender a cocinar de verdad ha sido una broma, pero esta hamburguesa y sus acompañamientos tienen su historia. Hace unos meses descubrimos el ginger boy, un restaurante de comida tailandesa para llevar que no está nada mal, vamos, que no es como los chinos que por muy baratos que sean yo no les acabo de ver la gracia. Entre otras cosas probamos una hamburguesa de cordero con chutney de pimientos rojos que nos encantó. Viene en una cajita de estas monas - tipo las que salen en las pelis americanas, con unos gajos de patatas a lo patatas deluxe del Mcdonald´s pero del tamaño de una raja de melón, unas bolsitas de ketchup y el preciado tarrito de chutney de pimientos. ¡¡Menudo descubrimiento lo del chutney!! Es como comer caramelitos de pimiento rojo porque están dulces pero se sigue notando el sabor a pimiento; no como los caramelos de colores, que sabes que el que te estás comiendo es de fresa por el color, porque si lo tienes que adivinar por el sabor.....
Yo llevo tiempo viendo recetas de chutneys en distintos blogs, pero nunca he sabido exactamente qué era aquello. He llegado a la conclusión de que debe ser una mezcla entre verdura confitada y mermelada, aunque suelen añadirles cebolla y alguna cosa más, vamos que el mundo de los chutneys es un mundo aparte.
Volviendo al tema que nos ocupa: el de pimientos rojos. Como, obviamente, los señoritos del ginger boy te lo traen a casa, pero sin papelito con la receta, una se puso a investigar por internet y, aunque ninguno parecía acercarse lo suficiente al chutney en cuestión, la mayoría coincidían en que había que echar azúcar moreno, algún tipo de vinagre y cebolla. Al final lo hice a ojo sin apuntar medidas (de hecho fui añadiendo a medida que aquello iba avanzando en función de lo denso/líquido que estaba y probablemente si lo hiciese otra vez no saldría igual). Básicamente lo que hice fue cortar el pimiento en trocitos muy pequeños, añadir azúcar moreno y blanco, algo de vinagre de módena y algo de agua y ponerlo a fuego lento durante un buen rato. Soy tan desastre que ni me fijé en el tiempo, pero diría que de una a dos horas - más bien dos horas. Al final los trocitos de pimientos tienen un color más oscuro gracias al azúcar moreno y el vinagre, y el líquido se ha vuelto un sirope et voilá: ya tenemos chutney de pimiento rojo.
La hamburguesa en sí, (la pobre parece la princesa destronada de la historia) lleva la carne de cordero (una pierna fue suficiente para 3 hamburguesas hermosas), sal, pimienta, algo de comino y menta. Las especies son las que yo asocio con el cordero al estilo marroquí y las que tenía en casa y el resultado se acercó bastante a la realidad. Lo más importante es no pasarse del punto para que esté jugosa. También lleva pan tostado (con cuerpo para aguantar los 130 pisos que lleva la hamburguesita en cuestión), cebolla roja, tomate en rodajitas, algo de verde y queso. Como no tenía queso de cabra utilicé algo de brie para darle untuosidad y algo de feta para darle ese sabor un poco más fuerte y ácido que contrasta muy bien con el chutney.
Como me hizo mucha gracia la presentación con las patatas y el ketchup, hice mi versión casera con unas patatas hechas al horno super fáciles a las que me estoy aficionando: son patatas cortadas en dados con un poquito de aceite y unos dientes de ajo aplastados que se meten al horno a 200ºC durante alrededor de una hora. Al sacarlas solo hace falta echar la sal y están buenísimas, no se mancha más que la bandeja en las que se meten al horno, y al llevar poco aceite imagino que mucho no engordarán...
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